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la ciudad encantada de los césares

i las declaraciones de mas de veinte caciques, los Césares eran inmortales porque «solo se morian de puro viejos»....

Por otra parte, no eran tampoco los Césares enteramente árbitros de sus destinos, de la paz i de la guerra, porque precisamente por los años en que todo esto acontecia i se informaba como prueba jurada ante escribanos en Valdivia (1773-74), estaban los Césares bajo el yugo de un cruel tirano que, con el nombre de rei, «tenia a la plebe en la mayor consternacion,» segun habia contado al capitan Pinuer un chilote que en el primero de aquellos años, habia logrado penetrar en la ciudad. Al fin los Césares habian hecho una cosa lójica,—darse un César!

I ¡cosa estrada i mas digna de asombro que los Césares mismos! En el fondo, todos los caciques i mocetones, correos de gabinete i hechiceros de la tierra que engrosaban los autos de pruebas de las ciudades encantadas (cuyo cuerpo total forma nueve volúmenes in folio) al jurar la existencia de los Césares i sus ciudades, no mentian ni perjuraban, porque por un efecto de óptica, de ignorancia i de barbarie, lo