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la ciudad encantada de los césares

racochas, poniendo los unos por testigo de su fe al Sol, i los otros al temido Dios de los cristianos.

Esas relaciones eran todavía mas maravillosas, si cabia, que las del carpintero Oviedo, i mas positivas ciertamente que las del itinerario de don Silvestre de Rojas.

Segun el decir de los informantes de Pinuer, como testigos de vista i juramentados, habíanse multiplicado de tal suerte los tataranietos de los nietos de Sebastian de Arguello, de Pedro Oviedo i de Antonio de Cobos, que se habian visto forzados a fundar una nueva ciudad, en cierto brazo apartado de la laguna primitiva, ademas de que tenian ocupadas i pobladas varias islas, con las cuales se comunicaban por medio de canoas. Sus casas eran de piedra i rojizas tejas, i a veces relucian éstas a la distancia como el oro, ignorándose si fueran precisamente de estas materias o efectos del reflejo del sol a la distancia. Sobre lo que no cabia duda, era que el menaje de sus casas se componia esclusivamente de catres, mesas, sillas, lavatorios, todo de plata i oro macizo i de subidos quilates. Usaban tambien los habitantes de las dos ciudades prodijiosas, «sombreros, chupas largas, camisas, calzones bombachos i zapatos mui grandes»... tal vez por imitar a los patagones, que este nombre recibieron por su enorme