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la ciudad encantada de los césares

sado siglo; mas apénas se hubo internado en las pampas de San Luis, de cuya ciudad salió a campaña, los indios le mataron una avanzada de treinta hombres i le hicieron torcer bridas mas que de prisa a sus estancias [1].

De esta suerte, la leyenda de los Césares iba perdiendo poco a poco el colorido prisma de nebulosa poesía de que habia sabido rodearla en su cuna la imajinacion del carpintero de Niebla Pedro de Oviedo. Los Césares, de pasmosos jigantes habíanse convertido en bueyes gordos i en chúcaros torunos.

Mas si esto acontecia por el lado de las Pampas, en Chile los antiguos Césares habian encontrado un rehabilitador convencido, un caloroso amigo, un cesarista, en fin, de la antigua escuela de los que, como Pedro de Espinosa, ponian la cabeza en la em-


  1. En una carta escrita al rei por el padre franciscano Frai Bernardino de Soto Aguilar, desde Concepcion, con fecha 24 de diciembre de 1713 i que hicimos copiar en el Archivo de Indias, se encuentran las siguientes palabras sobre los propósitos del ganadero Mayorga:—«con el pretesto i noticia de descubrir la ciudad que segun antigua tradicion, llaman los Cesares».

    Este buen fraile Soto Aguilar aborrecia de muerte a los indios, i cuenta que a Mayorga le mataron a traicion un capitan i treinta soldados. El mayor defecto que encontraba a aquellos el manso fraile, era ser herejes, i para correjirlos, proponia a Felipe V un arbitrio mui orijinal: esto es, suprimir dos plazas de oidores i fundar en su lugar el Santo Tribunal de la Inquisicion para que juzgase la idolatría de los indios, sin apelacion humana ni divina.