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la ciudad encantada de los césares

Pero los Cesaristas no entendian de zonas jeográficas, i lo mismo era para ellos la provincia de Allana, en las Guaitecas, que el cabo de las Vírjenes, en la boca oriental del Magallanes, En hablándoles de «hombres rubios i barbudos,» esos habrian de ser precisamente los Césares, aunque esos mismos huincas de blanco color fueran los propios pobladores castellanos de Chiloé.

Hízose, en consecuencia, a la vela el gobernador Dionisio de Rueda, acompañado de una fuerte espedicion cuyo capellán i guia era el padre Jerónimo de Montemayor; i no amainó aquel en su curso hacia los canales del sud hasta no dar con los indios gaviotas, llamados con ese nombre porque, cuando les sacudian halas, gritaban como esos pájaros de mar, i aun con mas roncos graznidos pudieron quejarse de semejante saludo e inmotivada agresion.

Los indios gaviotas de la provincia de Pucaqui no les dieron, por tanto, despues de las balas mas noticias que las que les habrian dado las gaviotas del mar, sobre los Césares. Pero como es forzoso siempre traer alguna esperanza o algun embrollo de las espediciones frustradas, volvieron diciendo que un indio bárbaro les habia contado en cierto paraje, que él habia conocido ciertos vira cochas,