vor, levantó pendon en aquella ciudad, sin permiso de sus superiores, para ir por el paso de Villarica, al rescate de sus perdidos compatriotas.
Mas tal empresa i aventura costóle la vida, porque esa suele ser la suerte de los hombres jenerosos que no encarrilan su voluntad i su pecho al duro pedernal de los reglamentos i al plomo correcto de la disciplina.
Irritado, en efecto, el oidor Egas Venegas, hombre que tenia mas pelos en su pecho que letras en su cerebro, trasladóse por aquellos alborotos, a Valdivia, i como ejerciese una especie de dictadura militar a título de visitador, mandó cortar la cabeza al intrépido Espinosa i a sus secuaces,—«¡Lastimosa trajedia!—esclama Diego de Rosales, que cuenta este suceso. I que hubiera sido mejor enderezarlas que cortarlas!» Rosales fué siempre un entusiasta Cesarista, que así se llamaba a los que daban entera fe a las seductoras patrañas de Oviedo i de Cobos.
Sucedió a aquel cruel escarmiento un largo período de sosiego, porque la ira del súbito i violento castigo habia apagado los bríos aun en las almas mas animosas.
Pero hácia principios del siglo XVII, llegó de