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Sin embargo, en los diarios y en el referido 131 Tiempo, sobre todo, El Liberal, y aun la misma Gaceta, en todos los circulos sociales y en los acuerdos de gobierno, no se hablaba sino de «aquel crimen.»

Ya habla tenido noticia el gobernador de aquellas pa- rrandas y aquellos escándalos bochornosos, producidos por «los cuatro inseparables» y estaba resuelto, á pesar de la alta posición social de la familia de Alzaga y de las bue- nas relaciones del padre de Arriaga, á reprimirlos de una manera ejemplar, cuando llegó á él la desaparición miste- riosa de Alvarez.

Y la «vox populi» afirmaba cada vez más que el tende- ro de la Recova habia sido asesinado, y que no eran extra- ños á aquel crimen sus «amigos.»

Marcet llegó á descontar de que Arriaga le hubiera contado algo á Azcuénaga, con quien lo vió por repetidas veces reunido.

Se lo dijo á Alzaga, proponiéndole la desaparición tam- bién de su cómplice, del que sospechaba

—En tal caso—le contestó Alzaga, —quien debe desapa- recer es Azcuénaga.

—Llevándolo á un paraje oculto..., ¿uo te parece?

—No—repuso Alzaga, arrogante, —en un duelo á que yo lo provocaré.

Y desde entonces buscó á Azcuénaga, invitándolo á paseos y diversiones álos que aquél no asistia bajo distin- tos pretextos.

Arriaga también eludía, cuanto le era posible, la pre- sencia de sus cómplices.

Una mañana se encontró con Azcuénaga, que marcha- ba hacia la casa de gobierno con varios amigos.

Ellos hablaban, discutian algo extraordinario, según el gesto y las exclamaciones que hacian,

Arriaga se les acercó á saludarlos; pero, con asombro de su parte, notó que ninguno le devolvió el saludo y que se alejaban de él en actitud despreciativa.

Arriaga, no sabiendo á qué atenerse, les increpó su proceder, y Azcuénaga le replicó indignado: