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En tanto Arriaga llegó á la tienda de Alvárez.

Estaba cerrada.

Pensó un momento. Alvarez tenia por costumbre cenar en el café de Catalanes.

Tal vez estaria allí, y allí se fué Arriaga; pero ya n0 estaba, y el mozo le dijo que probablemente lo encontrarih en casa del general Azcuénaga, donde el señor Alvarez le dijo que iba á hacer tiempo para reunirse luego con unos amigos.

Arriaga marchó á la casa de Azcuénaga, que se encon- traba situada junto á la catedral.

Salió á recibirlo una parda sirvienta.

Arriaga iba embozado en un gran capote, y como era visita de la casa, la parda creyó reconocerlo, á pesar del embozo y á pesar de que Arriaga se hizo el desconocido requebrándola.

Tampoco estaba Alvarez; pero desde aquel punto creyó notar que había luz en su tienda, y atravesó la plaza.

Efectivamente, Alvarez estaba alli esperando.

—¿Y Alzaga?—le preguntó á Arriaga, sorprendido de que éste viniera solo.

—Me ha encargado que lo venga á buscar y que le diga que lo está aguardando en casa de su amigo el del piano, cuyas señas me ha dado.

—¡Ah, bueno! ¿Qué le parece esta sortija que me empe- ñaron esta tarde?—le preguntó Alvarez, mostrándole la que Jlevaba en el dedo meñique.

—¡Linda! ¿Vamos?

—Espérese, amigo Arriaga, voy á tomar también mi capote, porque la noche está que corta de fria, y si no fue- ra por el gran deseo que tengo de hacerme de ese piano...

—Y de que mañana ya seria tarde, porque el amigo de Alzaga, según me ha dicho éste, si no lo vende esta noche se lo lleva...

—|¡Vamos, vamos! —exclamó Alvarez, más impaciente aún que el mismo Arriaga, apagando las luces y cerrando la puerta de la tienda.

"Tomaron por la vereda de Cabildo y siguieron hasta