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irian á verlo, debiendo esperarlo Alvarez en su tienda con ese objeto. Aquella noticia le causó al desgraciado, como era natural, la más agradable de las sorpresas. ¡Qué im- paciencia la suya!

No habló de otra cosa en la reunión á que lo llevaron, ansiando que llegara el momento de ir á probar el piano, asediando á su amigo, á su querido amigo Alzaga, con innumerables preguntas sobre el precio, la marca, el esta- do y demás condiciones del piano...

Arriaga les había manifestado 4 Alzaga y Marcet que era necesario apresurarse, porque los fondos que Alvarez habla recibido íban saliendo para nuevos préstamos.

Al dia siguiente amaneció nublado y empezó á cacr una de esas lluvias finisimas de invierno que presagian tormenta lejana. Sin embargo, la tormenta no tardó mucho en desarrollarse: pampero sucio.

Marcet indicó á Alzaga que seria conveniente tener dispuesta la calesa, pero el caballo se encontraba manco. —No importa, se alquila otro — y asi se hizo en la caballe- riza de un tal Magallanes.

Los tres cómplices cenaron juntos esa tarde, y Marcet les hizo beber á Alzaga y Arriaga, sobre todo al primero, más que nunca. Había que festejar, por adelantado, «aquel golpe.» La nerviosidad de que se hallaban poseídos Arria- ga y Alzaga ayudaba, á las mil maravillas, los planes de aquel malvado.

Alzaga se sintió borracho y en ese estado no debia irá buscar á Alvarez.

Lo haría Arriaga, que estaba más sereno, mientras Marcet y Alzaga los aguardarian en la casa de la cal'e de Esmeralda.

Arriaga marchó y Marcet, mostrándole á Alzaga dos puñales, le dijo, entregándole uno:

—Toma, los mandé afilar boy; tienen el filo como nava- ja de afeitar. Es bueno ir armados por lo que pueda ocu- rrir. Guárdate ese. Vamos á buscar tu calesa.

Alzaga guardó el puñal sin darse cuenta de lo que ha- cia y siguió 4 Marcet.