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un pequeño gabinete, en el que hay dos artisticos bustos de mármol blanco, que debe ser de Carrara. Sin que se lo preguntéis, vuestro discreto cicerone os dirá:

—Estos bustos representan á los fundadores, padres de la «desgraciada» señora de Alzaga.

Pasaréis luego al otro extremo y os hallaréis en el portico, donde encontraréis, á la derecha, una estatua de cuerpo entero que representa lo que la leyenda dice: «Don Martín de Alzaga.»

Frente á esa estatua se asienta un grupo de mármol también, y también de cuerpo entero, que representa á una hermosa señora y á un niño como de seis años, ambos en actitud simbólica.

En el centro de ambos mármoles, que son dos obras muestras, hay una placa de bronce, con letras de relieve que contienen esta leyenda: «Capilla de Santa Felicitas, fundada el 30 de Enero de 1879, por Carlos J. Guerrero y Felicitas C. de Guerrero, en memoria de su hija Felicitas G. de Alzaga.»

Y os preguntaréis, sin duda:

—¿Por qué la magnanimidad de los señores Guerrero dedica ese monumento á la memoria de su hija?

¿Verdad que la leyenda incita vuestra curiosidad?

Nuestros viejos la saben, nuestros jóvenes la han aprendido de ellos; pero tanto unos como otros la narran ya desfiguradamente.

Dos distingidas escritoras argentinas, fenecidas ambas, Manuela Gorriti y Josefina Pelliza de Sagasta, han hecho de esa tradición páginas bellísimas; pero esas páginas brillan más por la fantasia y el sentimentalismo romántico de sus autoras, en lo que se refiere á la horrible catástrofe, que por la verdad lisa y llana.

Lisa y llana será la verdad con que trataré, pues, de narraros esa crónica, cuya horrible catástrofe á que me refiero, se produjo en esa hermosa mansión, en ese predio que fuera on otros tiempos centro de conspiradores metropolitanos contra los patriotas de 1810 y 12, y en el que