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llaba hasta cierto punto agotado. ¿Pedir á cuonta de la herencia de su padre? ¿Y quién le iba á dar en aquellos tiempos que todo el mundo se enteraba?

En cuanto 4 Mercet, tenia las de su mujer, y «misia» Jacoba, á pesar del entrañable cariño que profesaba á su marido, no veía la razón para ello, y cra inútil. Pero es que Marcet habia concebido delirante pasión por una jo- ven de buena familia, llamada Mercedes Rossi, y, según el decia á sus amigos, estaba dispuesto á todo para hacerla suya... A «todo.» ¿Cómo?..

¡Y cuando así hablaba había algo de terrible en el ges- to de sus labios, en la acción de su brazo, en la mirada de sus ojos!

Arriaga insinuó, varias veces, que deberian recurrir á Alvarez, á quien, hasta entonces, no le habian permitido que costeara ninguno de aquellos derroches; pero tanto Alzaga como Marcet, Marcet sobre todo, se opusieron.

—¿Deberle yo á ese tipo ridiculo? ¡Primero 4 mi fami- lia—dijo Alzaga,—y eso no lo haré nunca!

—¿Y para qué?—repuso Marcet.—Por una bicoca es- pantarlamos el pájaro. Yale haremos pagar «todas juntas» —añadió con una risotada brutal, que Alzaga y Arriaga repitieron con burla, sin darse cuenta de que en aquella carcajada de Marcet pudiera haber un fondo de amenaza sangrienta.

Era necesario, pues, buscar algo que los sacara de las dificultades de aquella situación para seguir adelante...

Y asi discurrian una noche que se hallaban los tres en el comedor de la casa de Marcet, el que servia y servía á sus amigos de un fuerte licor espirituoso, capaz de em- borrachar 4 cualquiera con la mitad que ellos habian bebido.

Y mientras tanto Marcet, que los observaba, cuando lo creeria oportuno, sin duda, lanzó una de sus carcajadas que presagiaban algo funesto:

—¿Qué les parece, compañeros—les dijo, —que le demos un susto á mi vecino don Jacinto Velarde, que vive aquí arriba?