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—Pues amigo, ella también ha simpatizado con usted, asi es que puede prepararse para cuando enviude—le con- testó Alzaga, fingiéndose ofendido.

Aquello le causó un verdadero disgusto al bonachón de Alvarez, que creyó de veras la seriedad con que su amigo le hablaba, y le dió toda clase de disculpas.—¡Es que con esas cosas habia que andar con mucho tino!—decia él, como arrepentido de su manifestación.

Pero Alzaga lo disuadió después. Aquello no cra más que una broma, y los amigos, junto con Arriaga y Marcet, continuaron en la disipación y el escándalo, hasta que Ca- talina le dió á su esposo un hijo, un hermoso hijo... y, como era natural, se hicieron nuevos derroches, so pretexto de festejar el nacimiento y bautizo del niño.

Alzaga volvió á encerrarse en su hogar; su hijo, su que- rido hijo lo atrala; pero, ¿qué duró?.. ¡Quince dias!

Catalina no variaba: la misma indiferencia, si antes por su embarazo, ahora por los cuidados que le demanda- ba la hermosa criatura, y sobre todo que había que repo- nerse, cuidarse, volver á ser lo que había sido... Ya no eran los enamorados de antes La sociedad la llamaba á ella, á ella sobre todo, de la que tanto tiempo habia estado alejada... ¿Alzaga lo comprendió asi también ó es que «ti- raba al monte,» prefiriendo volver á su antigua vida de calavera, dejando á su mujer en completa libertad? Asi fué; pero aquella duplicidad de gastos enormes; aquel in- saciable deseo de Catalina de ostentación superior á la de todas las demás familias pudientes, y aquellos compromi- sos ineludibles de las calaveradas, agotaban su fortuna contante, como asimismo se iba agotando la de Marcet y Arriaga.

¿De qué echar mano para no dar qué sospechar? Ven- der propiedades hubiera sido locura: todo el mundo se enteraria y .. «¿Por qué?» «¿Para qué?»

Por otra parte, Alzaga podia hacerlo libremente, nadie se opondria, porque vendería lo que era suyo.

Arriaga no los tenía; sólo podia disponer de los «cnatro trapos» que había en su tienda y del crédito, y éste se ha-