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sólo se trataba de «un tipo estrafalario» que podría servir les de distraida diversión.

—Es un pobre tendero de la Recoba á quien le ha dado por relacionarse con nosotros. Y si vieras, para él no hay hombre más simpático que yo. ¿Dije pobre? Pues no, que es riquísimo, según dicen; pero tan vulgar, tan ridiculo y con unas salidas tan extravagantes, que en todas partes donde lo hemos llevado ha servido de juguete, y especial- mente, según dicen, entre las mujeres, con las que cree tener una banca imponderablo. A todas las reuniones nos acompaña, y cree ser muy amigo del coronel Dehesa y del general Azcuénaga, á quienes lo hemos presentado. Verás, verás...

Y pocos dias después don Francisco Alvarez asistía á la mesa de su amigo, de su simpático y querido amigo Alza- ga, y de su imponderable Catalina.

—Y, ¿qué tal?—le preguntó Alzaga á su esposa cuando Alvarez se retiró de alli, aturdido, enloquecido por el re- cibimiento y las atenciones de aquella casa.

—Que me parece exagerado cuanto de él me has dicho. Es, efectivamente, un hombre sin mundo; pero de corazón sencillo y de sentimientos nobles.

—¡Cómo!. ¡Cómo!..—exelamó Alzaga admirado.

— Así dicen, pues antes de que viniera yo he tomado informes, y sé que á pesar de ser prestamista, no tiene ca- rácter de tal, pues no hay infeliz que llegue á pedirle am- paro que no proteja con sus dádivas. No es un «tipo,» Francisco, sino un buen hombre, simpático en sus mismas manifestaciones de sencillez ingenua,

—¿A que salimos ahora con que te ha conquistado?—le preguntó Alzaga riendo.

—¡Loco!—le contestó ella riendo también.

Cuando se volvieron á ver, Alvarez, por su parte, le ha- bló entusiasmado de Catalina:

— ¡Con razón decian—exclamó—que no había una mu- jer más hermosa! Si yo encontrara una igual no me sepa- raría de ella ni un instante. ¡Le tengo envidia, querido tocayo!