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La Noria

Alzaga volvió á su casa esa mañana, como no lo había hecho desde su casamicn!o.

El rostro pálido y ojeroso; el traje descompuesto y la pechera de la camisa manchada con tintes violáceos, á las claras daban á entender dónde había pasado la noche.

Trató de evitar su presentación en esa forma á su que- rida Catalina, que aún dormia, dormia tranquilamente en su regio lecho, y sin duda soñando con que había adqui- rido alguna preciosa alhaja más, algún rico vestido, algún capricho..., ¡un nuevo antojo!

Alzaga, que desde que ella se hallaba «delicada,» dor- mía en pieza contigua, hizo todo lo posible por cambiar de aspecto con el baño, con los perfumes, con masajes de esponjas, con un cambio radical de toda su indumentaria; pero inútilmente: las huellas del exceso alcohólico ó de la orgla, difícilmente se borran..

Al presentarse á su adorada Catalina, ya despierta y envuelta en rico peinador blanco, sintió remordimientos y asco de sí mismo cuando ella, después de una rápida mi- rada intensa, lo recibió, como el día anterior, como en los últimos días, risueña é indiferente.

—¿Sabes?—la dijo, resistiéndose á besarla en los labios,