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che y las onzas ganadas se animaba á entrar, con aquellos señores, en el terreno de las confidencias, — mejorando lo presente, es un joven muy meritorio y muy aristocrático; pero—añadió con énfasis, —sin ofender á nadie, yo digo que no puede compararse con mi tocayo, aquí presente. ¡Oh, mi tocayo!,.

Aquella salida tan extemporánea y tan imprevista, aunque muy natural y lógica en el admirador de Alzaga, cambió por completo las extraviadas intenciones que se habian apoderado del ánimo de éste, porque, volviendo á Alvarez la mirada, lanzó la más burlona de sus risas, que sus amigos repitieron, tornando á ellos el espiritu alegre y chacotón.

Y ya se habia levantado Alzaga para retirarse, imitán- dolo los demás, cuando á Marcet se le ocurrió decirle:

—Pues que estás aquí, ¿por qué no nos acompañas á echar una cana al aire?

—¿Cómo?—preguntó Alzaga, que con Arriaga y Al- varez seguian hacia la puerta de salida, haciéndole una seña á Marcos significándole que el gasto corría por su cuenta,

—¡Cómo! — repitió Marcet, ya en la vereda. — Yendo al baile que da esta noche la querida de éste—añadió se- ñalando á Arrlaga.—No tenemos mucho que andar: una cuadra.

Alzaga quedó un momento reflexivo, para contestar en seguida:

—Si me quedé á jugar fué por complaceros y por no hacerle el gusto á ese farsante de Azcuénaga; pero Cata- lina me estará aguardando...

—¿Y qué tiene? También me espera Jacoba, y, sin em- bargo, aqui me tienes dispuesto á un fregado y un barri- do. A las mujeres propias ó que nos unen el Santísimo Sacramento, querido Francisco, hay que tratarlas con un poco de despego, si no se las quiere fastidiar... No prodi- garse, no prodigarse. Ya ves, yo, no tan sólo soy marido, sino que soy padre también, lo que tú no eres aún, y aqui me tienes dispuesto.