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—Si, y me parece, sin temor de equivocarme, que está usted aleccionada por mi hermano Félix.

—Tu hermano Félix es la plata labrada de nuestra familia, Francisco, y nada mal pensado puedes decir de él.

—S1, sí, la plata labrada; y ahi lo tenemos, que habien- do prestado valiosos servicios á la patria; que habiendo llegado por ellos nada menos que á obtener el grado de general, se desdeña y aun se niega á ocupar la posición politica que le corresponde...

—El sabrá por qué lo hace.

—Lo hace porque es un imbécil, un tonto...

—¡Francisco!..

—Y ahí lo tenemos, con su gran fortuna y su prestigio politico, viviendo casi como un hortera, prefiriendo, á la gran posición que debiera sustentar, el insignificante tra- bajo de rematador público, asociado á Medrano.

—¿Y qué, Francisco? El trabajo no deshonra. Por lo contrario, en la posición de tu hermano, enaltece.

—Rematador público el general Alzaga, con su fortuna y sus méritos... ¡Es algo inconcebible!

—Y tú, Francisco, ¿qué serás cuando tu fortuna con- cluya?

—No lo he pensado aún; pero tenga usted por seguro que sabré trabajar en algo que no denigre mi posición social. Mientras tanto le pido, madre mia, que no se deje influenciar, por lo que á mi se refiere, de «las malas len- guas.» Me he ligado á una mujer que adoro con toda mi alma, y no me detendré en sacrificio ninguno para hacerla feliz.

—¿Y quién te pide lo contrario? Hazla feliz; pero pien- sa en el mañana.

—¿Vuelta? ¡Mi porvenir es ella, y para ella todo!

—¡Ah, Francisco! ¡Esa mujer, si no sabes educarla, será tu desgracia eterna!..

—¡Madre!—exclamó el joven, palideciendo, temblantes los labios y sombrío en la mirada.—Esa mujer, educada ó no, hará de mi lo que quiera... ¡Y no hablemos más! - aña-