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Soiior don Rafael Barreda.

Distinguido señor y amigo:

Me permito dirigir á usted estas lineas, para significar- le la doble impresión de agrado y de tristeza que ha oca- sionado en mi ánimo, la lectura de sus sombrías páginas intituladas El crimen de la Noria, que acaban de ver la luz en la popular revista «Caras y Caretas,» de cuya redac- ción forma usted parte bizarramente.

Y digo de agrado, porque me siento complacido, cuan- do, de tarde en tarde, leo algo suyo, referenta á cosas tan añejas como veridicas de nuestro pasado, y á las que us- ted se encarga de dar hermosos realces con su pluma amena.

La lectura de las páginas, pues, á que me refiero, y que constituyen un drama, al cual sólo faltaria ponerlo en es- cena, es, á mi juicio, de un colorido intenso, tau admira- ble, que, á pesar de haber oido referir desde mi niñez el horrendo hecho que las ha motivado, no ha podido menos que causar, como si me tomase de nuevo, un hondo dolor en todo mi ser, lo mismo que en muchas almas sensitivas á las que no debo confesar si pertenece la mia; porque si asi lo fuera, podría provocar la hilaridad de algún necio modernista, en hábitos y literatura, de esos que meten bulla en la época corrompida por que atravesamos, época que se ha hecho carne y presa de una completa laxitud y de una desvergonzada imitación de viejos deleites roma- nos, en tiempos medioevales; de esos para quienes la es- tesia es una simple manifestación de debilidad mujeril, y que se burlan de los deíferos, aunque ellos mismos, más

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