¡En tanto, Enrique Ocampo, eclipsado de tan inesperada manera en el porvenir de sus cálculos intimos; descchado, según se decia, por Felicitas, llegó á abstenerse de las frecuentadas reuniones sociales; marchaba caviloso y solo, y llegó á hallarse de tal manera sugestionado por la obsesión del crimen, que una vez, encontrándolo, llegó á jurarle al señor Carlos Guerrero, padre de la señora de Alzaga, que antes que permitir que se casara con otro, la mataria!
El señor Guerrero no quería dar crédito á tan increible afirmación, dadas las condiciones caballerescas de Ocampo, y, no dándolo, dejó de tomar las precauciones necesarias.
Sin embargo, el estado patológico de Enrique Ocampo se desenvolvía en un estado hipocondríaco, que acrecentóse al recibir otro golpe cruel que lo dejaba casi en la miseria: un amigo intimo en quien depositara gran parte de su fortuna, lo habia estafado, exponiéndolo, además, á un intrincado pleito.
El doctor José Francisco López, entonces abogado de Ocampo, lo declaró después, al describir la situación desesperada por que atravesaba su cliente.
Recuerdo haberle oido repetir las últimas conversacio-