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pués, es la noble y singular actitud que asumiera el lla- mado «Lorenzo Salay,» el que, con verdadera cnergia de mando y aun á riesgo de su vida, salvó, de aquellos forajidos, la de mujeres y niños, imponiéndose á todos ellos.
Frente á frente llegó á encontrarse con aquel malvado Juan de la Cruz Suárez, el más sanguinario de todos, más aún que Palomino y su teniente, llamado «el verdugo de la banda,» el que, cuchillo en mano y con hidrópicos sen- tidos de alcohol y sangre, se preparaba á degollar, con grandes burlas y expresiones brutales, á una infeliz an- ciana.
—¡Roba; pero no mates, bandido!-le gritó Salay, pa- ralizando su acción desarmándolo, mientras su señalada victima hula.
Y cuando el clamor del éxito vandálico volvió á re- unir la banda para distribuirse el producto del saqueo, Pa- lomino, el primero, le increpó, con amenazas de muerte, su actitud de «marica,» sus inconcebibles impedimentos de que se llevara todo «á sangre y fuego,» arrogándose facultades de mando, estando él y Pereyra alli, ¡él, sobre todo!, cuyas únicas órdenes debían obedecer ciegamente; pero, fueron tan firmes y tan elocuentes que él expusiera, con la expresión y el gesto, más que con su lenguaje extraño, que comprendiéndolo aquellos desalmadados, pro- dujeron en ellos, y especialmente en los que Ipond encar- gara de velar por su existencia, tanta admiración y respe- to, que muchos de ellos, á pesar del temor que Palomino les infundiera, opinaron:
—¿Qué ventajas podrian traerle aquellos cobardes y repugnantes asesinatos ni aquellos incendios inútiles?
Y tan irritados 8e pusieron los ánimos de los unos y los otros, que se hubieran ido á las manos, si el «terrible Curá,» comprendiendo y acertando en que la llevarían mal parada los que con el capitán estaban, no hubiera cortado la disputa, llamándolos á la «repartiña,» á la que acudieron como perros hambrientos.
Y entonces sí que fué su actitud más asombrosa para