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las condiciones de mando en las fisonomías de otros hom- bres, se sintieron, como la india dominados por ese «algo» que emanaba de él.

Y ya iban á asentir cuando Iponá, que dirigía la mira- da perspicaz y atento el oido hacia un bosque cercano, les dijo, en voz baja y precipitada:

—Por allí viene Curú... Cuidado «amigos,» y si es ne- cesario defended al que, desde hoy, será vuestro jefe, como yo lo defenderé contra todo peligro.

Y añadió, con sentenciosa vehemencia, señalando al joven:

—Mirad que de su vida dependerá la vuestra...

— ¡Qué haceis hi, pelmazos! - les increpó á los cuatro con quienes primero se topara un nuevo personaje que, acompañado de otros hombres, armados como él, se pre- sentara luego.

Era Martín Pereyra, alias Curú, teniente de la banda del sanguinario Palomino.

—¿Acaso os he mandado aqui—añadió en tono desabri- do —para que convirtáis este campo en salón de conferen- cias? A ver, pronto, llevad esa india y ese hombre á pre- sencia del capitán.

—Es que, teniente—contestó Bruno Páez, mientras los otros enmudecían y bajaban la mirada ante la amenaza- dora acción del terrible Curú,—esta india es Ipond, á quien no has reconocido.

—¡Cómo! . ¡Iponá aquil..—exclamó el teniente de la banda, cambiando su actitud, dura y zahareña, al recono- cerla.—¿Eras tú, Iponá?.,, y yo que te habia tomado por espia de los blandengues.

—Si, yo soy, Martin Pereyra —contestó la india, mirán- dolo al soslayo.

—¿Y qué hacias —preguntóle el teniente de la banda— junto á ese hombre de nuestra raza? —señalando al joven, cuyo gesto de altivez habia crecido á su llegada.

—Ese hombre de tu raza—replicó la india, mirándolo ya cara á cara, fruncido el ceño y con gesto despreciativo —ha sido salvado por mi de la picadura de Curú,