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pobre como se aseguraba entonces, sino relativamente rico, ó por lo menos aparentaba serlo, no solo por su representación social, sino por las importantes transacciones de bolsa en que intervenía. —«¿Cuantum?»— Y él podia contestar, como el personaje de la comedia española: —«Mi mayor fortuna estriba, en que ignoran mi fortuna.»

¿Llegó la viudita á amar de veras á Enrique Ocampo? He ahi un secreto que se llevó á la tumba, porque ni aun sus amigas de mayor confianza lo sabían y si lo sabían se lo callaron.

Los enemigos del afortunado pretendiente le llamaban jactancioso» y los que le apreciaban se vengaban asegurando que un espiritu maligno, uno de esos seres que la psicologia asevera que nacen para odiar, que hacen mal por el goce de hacerlo, señalado como perseguidor tenaz de la dicha de los otros, «inoculó» en la bella señora la idea de que Enrique Ocampo la amaba por sus millones.

¿Debió ser así? ¡Vaya usted también á adivinar esos misterios! Lo que si se puede afirmar, y esto por haberse hecho público y notorio, es que, de la noche á la mañana, se propaló la nueva especie de que la bella viudita había quebrado sus relaciones con Enrique Ocampo, suplantado en sus afectos íntimos por otro joven de apellido y hermosura tradicionales

Y tanto debió ser asi que en los aristocráticos salones de los clubs sociales y aun en los corrillos que la gente de élite». formaba en la concurrida calle de la Florida y en el paseo de Palermo, se daba, como «nota social» la más resaltante, —que no se usaba como hoy se usa, si no muy raramente, en las columnas de la prensa,— los preparativos de aquel enlace, la suntuosidad con que él se llevaría á cabo, la primorosidad del «troussean,» mandado preparar á París, los trajes que la novia llevaría, los regalos, etc., etc.