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—i¡Dicen que ese es el dios de tu raza—señalando el astro luminoso, ya volcado hacia el Oeste;—pues él nos alumbra, él nos mira y ante él yo te juro unirme á ti para siempre, mi querida salvadora!

—¡Te amo, cristiano!..—murmuró ella, flexible ya, de- jándose atraer y correspoudiendo á aquellos labios en un beso deseado con toda el ansia de su ardiente naturaleza.

Y la hija de la raza indomable, cumpliendo, fatalmen- te, la predicción del profeta Yamundú (1) se entregó ven- cida al desconocido cuando ya las sombras de una nueva noche aparecian en Oriente y el dios de los charruas so ocultaba entre las nubes grises y el coro de las aves lan- zaba sus últimos gorjeos como si fuera plegaria de la agreste naturaleza y allá, en las tupidas selvas y en las orillas de los caudalosos rios, se repetian las voces quejum- brosas de las hambrientas fieras.

(1) Yamundú, gigante hechicero de la leyenda charrua Predijo que habían de venir á su tierra gentes lejanas que dominarían á los indios en el Río de la Plata.