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fiereza cuando sonreía en la comisura de sus labios rojos y pulposos, tras los cuales veiase el doblo arco de una den- tadura blanca, igual y unida,

No debía, no, existir ya en aquella naturaleza salvaje la innata debilidad física de la mujer.

Su descollante musculatura lo estaba diciendo; lo esta- ba diciendo la firmeza de su planta, la facilidad con que sus manos tronchaban ó separaban de su camino las grue- sas ramas de los viejos árboles.

Deslizábase con flexibilidades de reptil y, á veces, como si despreciara rodcos, saltaba, con agilidad felina, sobre el terreno quebrado, precipicios y hondonadas...

Era Ipona, la gran espia de la tribu, la invocadora de Aña-gualpo, el diablo, contra «esa raza maldita de cris- tianos;» la brava ascendiente del temerario Tabobá, «que murió aferrado á la lanza del capitán Leiva, cuando Za- picán, el gran cacique Zapicán, combatiera contra las huestes del conquistador Garay.»

En esc instante su mirada interrogaba, fija en unas huellas marcadas en la tierra,

—«¡Más allá!.. ¡Más allá!» - decian el movimiento de su brazo y el gesto de su rostro.

—«Alli»—repitió luego ese gesto y ese movimiento, se- ñalando, en el terreno bajo y bañado por las aguas manan- tiales, el lejano bulto de un árbol colosal, cuyas ramas sin hojas, semejando gigantesca cabellera, seinclinaban como si quisieran bañarse en aquellas aguas.

Y «alli» habia un hombre caido junto al tronco del ár- bol, escondido por esas ramas á otros ojos menos pene- trantes.

La india habia suspendido su marcha, conteniendo un grito que pugnaba por salir de su garganta, Echó mano rápidamente del carcax á una flecha, que colocó en el arco que ya cimbraba por el poderoso impulso de su brazo; pero, se contuvo, fijando «alli» la mirada con mayor aten- ción. Es que..., primero, habia notado la presencia de un jaguar, el que, con sordos ronquidos y cautelosamente, se acercaba al hombre que «allí» dormia sin duda.