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defensas, especialmente de la de Agrelo, que fué una pie- za juridica de primer orden.

Y no lo seria menos la del doctor Ocampo, cuando el atribulado padre de Arriaga la publicó con una sentida dedicatoria al pueblo generoso de Buenos Aires, de la que extractamos los siguientes párrafos:

«Si el deseo de no omitir alguno que pueda resultar en beneficio de mi hijo desgraciado, me ha impelido á dar á la prensa la defensa de su causa, el respeto que tributo á la opinión, me inspira el deber de dedicársela al generoso pueblo de Buenos Aires.

»No es mi objeto excitar la compasión de una sociedad resentida, ni el atrevido empeño de presentarlo inocente.

»No, lejos de mi una idea que serviría para desconcep- tuarme en los mismos momentos que trato de acreditar la pureza de mis sentimientos.

»Es sólo el interés de que este documento pueda leerse en el augusto tribunal de la fama pública y verse desde alli con fijeza, el grado de criminalidad en que aparece el defendido.

»Yo me conformaré con sus decisiones, y sea cual fuere la acogida que merezca, no por eso se perturbará mi re- signación: ya está hecha.

»Yo beberé hasta las heces el cáliz amargo que me ha preparado el destino y si logro sobreponerme á los pesares encadenados que la desgracia misma ofrece ya á mi ima- ginación, no por eso diré que mi alma es grande: nada valgo, nada seré y de todos modos tributaré una sumisa gratitud á la sociedad en que existo.

»En todo tiempo diré que esta defensa en mis mayores conflictos, me dió momentos de consuelo y que en ella y en la bondad del público, á quien se consagra, tuvo siem- pre fijas sus esperanzas este angustiado padre.»

Las defensas, como ya dijimos, fueron magistrales; pero la vista fiscal del doctor Acosta, que burlaba amarga- mente la del de primera instancia, se impuso. En ella se pedia que fuera confirmada en todas sus partes la senten- cia del inferior y así lo hizo la cámara.