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VII

Sentencia y ejecución

Y pasada la impresión conmovente que ese extraño do- cumento produjera en el público, acrecentóse aún más, cada dia, cada hora, cada minuto la inquietud violenta: en los hogares de la aristocracia se hablaba de «eso» en voz baja, con incrédulo horror. ¡Es que allí se creía incon- cebible que aquellos jóvenes «tan distinguidos, tan simpá- ticos, como lo eran Alzaga y Arriaga, pudieran haber llegado al extremo de convertirse en actores del más es- pantoso de los crimenes!» Y repetian el nombre de Marcet como el más culpable de todos, arrojando sobre él las más siniestras sospechas, los datos más monstruosos que ima- ginarse puede. Había quien aseguraba que por repetidas veces intentó envenenar á su mujer, aquel ángel de bon- dad, aquella madre modelo... Es que por sus papeles, que secuestró la justicia, se sabia que allá en su tierra habia sido un pájaro de cuenta: que no lo desterraron por causa política, como él decía, si no que había huido por estar complicado en un famoso robo... El y sólo él había indu- cido á aquellos desgraciados jóvenes á la senda del cri- men... «¡Oh, las malas compañías, las malas compañias!..»

Y en las reuniones de cafés, pulperlas, circulos y corri- los se seguia hablando y no se discutía otra cosa en voz