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como habian concluido con sus dias, y en proporcionar á la ley los medios de vengar su muerte en sus ase- sinos.

»A esta fiscalia honorable y virtuosa, digna de este pue- blo, unida á la autoridad ejemplar de los magistrados, se debe haber descubierto el cuerpo del delito, y convertido en evidencia la obra nefaria de las tinieblas.

»El día 24 se presentó á la expectación pública el cadá- ver de mi hermano, don Francisco Alvarez, y todos vola- ban á ser testigos de un descubrimiento en el que, si no habian tenido parte sus afanes, la habian tenido sin duda los deseos vehementes de la natural justicia.

»Si hubiera algo más estimable que la vida, seria el in- terés de un gran crimen; mi hermano convertido en cadá- ver, me arrancarla hasta la última lágrima reservada para el mayor dolor, pero la compasión y el luto de millones de ciudadanos produjeron en mi un nuevo género de sensa- ciones, que se conocen bien en aquellos momentos, pero que no se pueden explicar jamás.

>»¿Y cuántos habria entre los concurrentes á quienes mi hermano colmaba de beneficio?

»Por mucho tiempo se derramarán lágrimas entre la clase menesterosa á quien él pagaba con largueza sus ser- vicios y socorria pródigo sus necesidades.

»Los asesinos no han muerto á un hombre grande por sus talentos, ó memorable por sus proezas; pero si han privado á la sociedad de un ciudadano honrado é indus- trioso; le han arrebatado sin duda un hombre sensible y humano con sus semejantes, generoso y sincero con sus amigos...

»Estas palabras me hacen estremecer todavía...: ¡sus amigos!..

»¿Y quiénes han sido sus verdugos? ¿y de qué modo? ¿y por qué interés?

»¡Ojalá no presumiese como hombre lo que ignoro como ciudadano!

»De lo que si estoy seguro es, que si á mi hermano, muerto alevosamente el 5 de Julio, le fuera dado tener un