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II

Fué aquélla una época de sucesos increíbles y extraordinarios. La sociedad porteña —que acababa de ser tremendamente flagelada por la espantosa epidemia de la fiebre amarilla, que en menos de seis meses, desde el 27 de Enero al 21 de Junio de 1871, causó trece mil seiscientas catorce victimas en una población entonces de trescientas mil almas— veía más consternada aún despedirse ese año fatal con el horrible incendio del vapor «América» y comenzar el siguiente con las fanáticas matanzas en el Tandil, inducidas por el siniestramente célebre «Tata-diós,» «Salvador de la Humanidad,» «Adivino y Médico del Salvador,» que con todos esos títulos se llamaba aquel mestizo Solané; por las conmociones geológicas en el territorio de Orán; por las terribles invasiones de indios en la provincia de Santa Fe; por la revolución en la de Corrientes; por el crimen misterioso ocurrido en el almacén de las calles de Rivadavia y Tacuari, cuando en la noche del 29 de Enero de 1872 cundió en los altos circulos sociales, en los clubs del Progreso, del Plata, de los Negros, de Residentes Extranjeros, etc., en la concurrencia de los teatros, en los hogares de todas las familias, en la redacción de los diarios, en la calle de la Florida, en todas partes, en fin, una revelación inaudita, la consumación