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La rovelación

Desde la noche del crimen, Alzaga bebió más que de costumbre, como ya lo hemos hecho notar.

Puede decirse que pasaba los días y las noches bebien- do; pero su poderosa naturaleza resistia aquellos excesos al extremo de que sólo excitándolo se demostraba en los impulsos de la embriaguez.

Una fuerza misteriosa, de que él mismo no sabía darse cuenta, lo atraía constantemente al sitio donde ocultaran los restos del desgraciado Alvarez.

Vagaba en la espaciosa quinta; en el bosque de naran- jos, en aquella inmensa alfombra de violetas...

Y cuando, maquinalmente, se acercaba á la abandona- da noria y lo notaba, se estremecia; miraba, con ojos de espanto, el obscuro pozo y huia de alli como si visltumbrara algo terrible; pero no se alejaba mucho: de la quinta de la familia pasaba á las otras quintas de los conocidos, de su amigo Carlos Terrada, ligada tradicionalmente su familia con la suya.

La vispera del día en que su cómplice Arriaga se viera obligado á presentarse al jefe de policia, se encontraba en Santa Lucía, y Alzaga mandó ensillar uno de sus mejores caballos de carrera.