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Y era en vano que Arriaga insistiera nuevamente, cuando llegó al despacho del jete un oficial de la casa de gobierno portador de un pliego urgente.
El jefe pidió permiso á Arriaga para enterarse de lo que el gobierno le comunicaba.
— ¡Qué casualidad!—le dijo, después de lecr:—El señor ministro de gobierno me pide, por orden del excelentisimo señor gobernador, que proceda no sólo 4 su detención, sino á la de los señores Jaime Marcet y Francisco Alzaga. Está usted complacido, señor Arriaga, y como creo que todo esto no pasará de una mera fórmula, voy á escribir dos letritas á esos caballeros para que vengan. Sírvase, entonces —añadió, tocando un timbre, —esperar el momento oportuno en la habitación á que van á conducirlo.
Y hablando en voz baja con el ordenanza que acudió, le hizo señas á Arriaga de que lo siguiera.
Cuando Arriaga supo la nueva resolución del jefe, or- denada por el gobierno, un frio estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Tendría que soportar un careo con sus cómplices y tal vez le faltaria la serenidad necesaria. Por otra parte, á pesar de haber tomado todas las precauciones que creyeron necesarias, se hablan olvidado de ponerse de acuerdo en las respuestas porsi llegara el caso. Arriaga se consideró perdido; pero confió en la astucia de Marcet y se repuso.
- El jefe de policia, como se lo habla manifestado, escri- bió á los amigos de éste pidiéndoles se sirvieran venir in- mediatamente al departamento.
Pocos momentos después llegaba Jaime Marcet.
Francisco Alzaga habia desaparecido.