Se miraban los músculos hinchados
debajo de la piel. Y se diría
ser aquella alimaña
un rudo gladiador de la montaña.
Los pelos erizados
del labio relamía. Cuando andaba
con su peso chafaba
la yerva verde y muelle,
y el ruido de su aliento semejaba
el resollar de un fuelle.»
Síguense la declaración de amor, el sí en lenguaje de tigres, y los primeros halagos y caricias. Después... el amor en su plenitud, sin los poco decentes pormenores en que entran Rollinat y otros en casos semejantes.
«Después el misterioso
tacto, las impulsivas
fuerzas que arrastran con poder pasmoso,
y ¡oh gran Pan! el idilio monstruoso
bajo las vastas selvas primitivas.»
El príncipe de Gales, que andaba de caza por allí con gran séquito de monteros y jauría de perros, viene a poner trágico fin al idilio.
El príncipe mata a la tigre de un escopetazo. El tigre se salva, y luego en su gruta tiene un extraño sueño:
«Que enterraba las garras y los dientes
en vientres sonrosados