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ted se parecen a los versos españoles de otros autores, y no por eso dejan de ser originales; no recuerdan a ningún poeta español, ni antiguo, ni de nuestros días.

El sentimiento de la Naturaleza raya en usted en adoración panteística. Hay en las cuatro composiciones a (a o más bien en) las cuatro estaciones del año, la más gentílica exuberancia de amor sensual, y, en este amor, algo de religioso.

Cada composición parece un himno sagrado a Eros, himno que, a las veces, en la mayor explosión de entusiasmo, el pesimismo viene a turbar con la disonancia, ya de un ay de dolor, ya de una carcajada sarcástica. Aquel sabor amargo, que brota del centro mismo de todo deleite, y que tan bien experimentó y expresó el ateo Lucrecio,

...medio de frute leporum
Surgit amari aliquid, quod im ipsis floribus angat

acude a menudo a interrumpir lo que usted llama

“La música triunfante de mis rimas.”

Pero, como en usted hay de todo, noto en los versos, además del ansia del deleite y además de la amargura de que habla Lucrecio, la sed de lo eterno, esa aspiración profunda e insaciable de las edades cristianas, que el poeta pagano quizá no hubiera comprendido.

XVIII