II
Había cerca un bello jardín, con más rosas que azaleas y más violetas
que rosas. Un bello y pequeño jardín con jarrones, pero sin estatuas;
con una pila blanca, pero sin surtidores, cerca de una casita como hecha
para un cuento dulce y feliz.
En la pila un cisne chapuzaba revolviendo el agua, sacudiendo las alas de un blancor de nieve, enarcando el cuello en la forma del brazo de una lira ó del asa de una ánfora, y moviendo el pico húmedo y con tal lustre como si fuese labrado en una ágata de color de rosa.
En la puerta de la casa, como extraída de una novela de Dickens, estaba una de esas viejas inglesas, únicas, solas, clásicas, con la cofia encintada, los anteojos sobre la nariz, el cuerpo encorvado, las mejillas arrugadas; mas con color de manzana madura y salud rica. Sobre la saya obscura, el delantal.
Llamaba:
—¡Mary!
El poeta vió llegar una joven de un rincón del jardín, hermosa, triunfal, sonriente; y no quiso tener tiempo sino para meditar en que
son adorables los cabellos dorados cuando flotan sobre las