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Azul...

Sol.—Y desde luego sintió la niña que sus manos se tornaban ardientes, y que su corazoncito le saltaba como henchido de sangre impetuosa.—Oye—siguió el hada:—Yo soy la buena hada de los sueños de las niñas adolescentes: yo soy la que curo a las cloróticas, con sólo llevarlas en mi carro de oro al palacio del Sol, adonde vas tú. Cuida de no beber tanto el néctar de la danza, y de no desvanecerte en las primeras rápidas alegrías. Ya llegamos. Pronto volverás a tu morada. Un minuto en el palacio del Sol deja en los cuerpos y en las almas años de fuego, niña mía.

En verdad, estaba en un lindo palacio encantado, donde parecía sentirse el sol en el ambiente. ¡Oh, qué luz, qué incendios! sintió Berta que se le llenaban los pulmones de aire de campo y de mar, y las venas de fuego; sintió en el cerebro esparcimientos de armonía, y cómo el alma se le ensanchaba, y cómo se ponía más elástica y tersa su delicada carne de mujer. Luego oyó sueños reales, y oyó músicas embriagantes. En vastas galerías deslumbradoras, llenas de claridades y de aromas, de sederías y de mármoles, vió un torbellino de parejas arrebatadas por las ondas invisibles y dominantes de un vals. Vió que otras tantas anémicas como ella, llegaban pálidas y entristecidas, respiraban aquel aire y luego se arrojaban en brazos de jóvenes vigorosos y esbeltos cuyos bozos de oro y finos cabellos brillaban a la luz; y danzaban, y danzaban con ellos, en

una ardiente

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