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—Usted me hará el favor de volverse á casa —dijo seriamente el señor Pedreño.— Su hijo necesitaba esta lección, que yo he de procurar que le aproveche; no es la primera vez que ha maltratado á ese animal, y es preciso que eso concluya. Muchas gracias, señor Carrasco. Buenas tardes.

Seguimos nuestro camino, y Juan no cesó de reir hasta que llegamos á casa. Contó el suceso á Jaime, que se rió también y dijo:

—Me alegro mucho de ello; conozco á ese muchacho desde que íbamos juntos á la escuela, donde constantemente la echaba de matón con los pequeños, aunque no con los mayores, que solían darle alguna que otra lección de comportamiento. Siempre fué cruel con los animales de todas clases, lo cual le valió más de un castigo por parte del maestro.

—Tenía razón tu maestro, Jaime; el que es cruel con los animales demuestra tener un mal corazón, y no puede ser bueno en ningún concepto.