VII
UN RATO DE CONVERSACIÓN EN LA HUERTA
Jengibre y yo no éramos de la raza de los caballos grandes de tiro, sino que más bien teníamos sangre de los de carrera. Medíamos unas siete cuartas y media, y éramos por lo tanto, á propósito así para la silla como para el carruaje. Nuestro amo solía decir que no le gustaba hombre ó caballo que sirviese para una sola cosa, y como por otra parte no era afecto á lucir sus trenes en los parques de Londres, prefería más bien caballos útiles y ligeros. Nuestro gran placer estaba en los días en que hacían alguna excursión montando en todos nosotros: el amo en Jengibre, la señora en mí, y las dos señoritas en Oliveros y en Alegría. Trotábamos alegres todos juntos y esto nos levantaba el espíritu. Yo era el mejor librado, porque la señora pesaba poco, y su mano era tan suave que ape-