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lo volví á morder, ni lo haré tampoco en adelante.

Yo sentía pena por Jengibre, y desde luego, como poco conocedor del mundo aún, opinaba que su comportamiento no era bueno. Observé con gusto, que al cabo de algunas semanas se fué haciendo más mansa y alegre, desechando aquellas miradas de desconfianza con que solía recibir á cuantos se le acercaban, y por último of & Jaime decir un día:

—Me parece que la yegua me va tomando cariño, pues la oí relinchar cuando esta mañana le acaricié le frente.

—¡Ay! amigo Jaime—le contestó Juan,—eso son las píldoras de Buenavista. Jengibre será con el tiempo tan buena como Azabache, pues lo que la pobre necesita es sólo cariño.

Nuestro amo notó el cambio también, y cuando un día se apeó del carruaje y vino á acariciarnos, como con frecuencia hacía, dijo, pasando la mano por el hermoso cuello de Jengibre:

—Vamos, Chiquita, ¿cómo van las cosas para tí ahora? Parece que eres más feliz que cuando viniste á esta casa.

Ella aproximó á él su hocico, de un modo confiado y amistoso, y él la acarició de nuevo.