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piendo los arneses, y despachándome á mi gusto. Esta fué mi última prueba en aquella casa. A los pocos días me llevaron al mercado de caballos para ser vendida. Mi hermosa apariencia y buen paso atrajeron pronto la atención de un tratante que me compró; me probó en su casa de todos modos y con toda clase de bocados, y pronto comprendió cómo debía ser tratada; prescindió en absoluto del engallador, y me vendió al fin, como un animal completamente tranquilo, á un señor del campo, que era muy buen amo, y con quien me encontraba perfectamente; pero cambió de cochero y cambió con ello mi bienestar. El nuevo era un hombre de tan mal carácter y tan dura mano como Sansón; siempre me hablaba de mal modo, y si en la cuadra no me movía con la prontitud que él deseaba, me golpeaba en los jarretes con el palo de la escoba, con la pala, ó con cualquier cosa que tuviera en la mano. Empecé á tomarle odio; parece que lo que él pretendía era que yo le tuviera miedo, pero era demasiado briosa y noble para semejante cosa. Un día que abusó de mí más que nunca, lo mordí, lo cual, por de contado, le encolerizó, y tomando un látigo de montar, me dió infinitos latigazos en la cabeza y en todas partes; pero desde entonces no se atrevió á volver á mi cuadra, pues sabía que mis herra-