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silla. Carecía en absoluto de la bondad que caracterizaba á su padre, y sólo hacía uso del rigor, los gritos, las miradas duras, y la mano más dura aún. Comprendí desde el principio que lo que él pretendía era acabar con todo mi espíritu, y convertirme en un tranquilo, humilde y obediente pedazo de carne de caballo.

Al decir esto, Jengibre dió dos violentas patadas en el suelo, como si sólo el recuerdo de aquel hombre la pusiera fuera de sí, y continuó:

—Si yo no hacía exactamente lo que él quería, se encolerizaba, y poniéndome una soga larga me hacía dar vueltas alrededor de un picadero hasta que me rendía. Creo que Sansón bebía mucho, y cuando estaba un poco borracho, que era con frecuencia, las cosas iban aún peor para mí. Un día me trabajó por cuantos medios se le ocurrieron, y cuando me condujeron á la cuadra me sentí rendida, infeliz y desesperada. A la mañana siguiente vino á buscarme temprano y me puso en el picadero por un rato larguísimo; me dió una hora escasa de descanso, y volvió otra vez con la silla, la brida y un nuevo bocado mucho más duro. Me cuesta trabajo contar lo que luego sucedió; apenas me sacó al picadero y me montó, cuando algo que hice, y que no recuerdo, lo irritó, y me dió una fuerte sacudida con las riendas. El nuevo bocado era tan doloroso