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sieron la cabezada y el bocado; hecho esto, uno de ellos echó á andar por delante, arrastrándome materialmente por la cabezada, mientras otro me apaleaba por detrás. Esta fué la primera prueba que recibí de la bondad de los hombres. Todo fué violencia y crueldad. No me dieron tiempo ni para pensar siquiera lo que deseaban de mí. Yo era una yegua de sangre, de muchos bríos, y hasta puedo decir que un poco brava, de modo que les di muchísimo que hacer. Era muy duro para mí verme amarrada á un pesebre día y noche, encerrada en una cuadra, en vez de gozar de la libertad que hasta entonces había disfrutado, y en su consecuencia, luché hasta lastimarme y desfallecerme en mi ansia por soltarme. Sabes, por experiencia, que, aun teniendo un buen amo y sus caricias, aquello es muy duro; calcula cuánto más no lo sería para mí que carecía en absoluto de semejantes cosas.

—Entre aquellos hombres había uno, mi viejo amo el señor Ramos, que creo hubiera hecho de mí cuanto hubiese querido; pero encargó á un hijo suyo y á otro hombre experimentado, la parte dura del trabajo, y él sólo venía de cuando en cuando á ver cómo iba mi doma. Su hijo era un hombre alto, vigoroso y atrevido, á quien llamaban Sansón, y que se vanagloriaba de que no había caballo que lo pudiera despedir de la