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Nuestro amo tenía dos caballos más, que ocupaban otra caballeriza. Uno era Justicia, una jaca baya, destinada á la silla y al carretón de los mandados, y el otro un viejo caballo obscuro, que había sido de carrera de liebres, y cuyo nombre era Oliveros; estaba ya fuera de combate, pero el amo le conservaba gran afecto, y gozaba del privilegio de estar suelto en el parque casi siempre; algunas veces hacía un pequeño trabajo de acarreo dentro de la misma finca, ó conducía á una de las señoritas cuando montaban y paseaban con su padre, pues era sumamente manso, y se le podía confiar un niño, lo mismo que á Alegría. La jaca baya era fuerte, bien formada y de buen carácter; algunas veces teníamos nuestros ratos de conversación en la arboleda, pero mi amistad no podía ser tan íntima como con Jengibre, con quien vivía bajo el mismo techo.

Me consideraba feliz en mi nueva casa, y si bien es verdad que echaba de menos una cosa, no tenía motivo para quejarme de mi suerte; el trabajo era moderado, la comida excelente, y la cuadra clara, ventilada y limpia; ¿qué más podía apetecer?... ¡Ah! ¡la libertad! Durante los primeros tres años de mi vida pude hacer cuanto se me antojó, mientras que ahora, semana tras semana, mes tras mes, y sin duda año tras año,