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de tu padre es conocido en todas partes; tu abuelo ganó la copa de oro dos años en las carreras de los Campos Elíseos; tu abuela tenía el carácter más dulce que caballo alguno puede tener; y en cuanto á mí, creo que nunca me has visto morder ni tirar coces. Espero de ti que harás honor á tu raza, siendo manso y bueno y no aprendiendo feas maneras; cumple siempre tus obligaciones con buena voluntad, levanta bien los pies cuando trotes, y no muerdas ni cocees, ni aun jugando.

Nunca he olvidado el consejo de mi madre, que yo sabía era muy buena é inteligente, y que gozaba por lo mismo de gran cariño por parte de nuestro amo. Su nombre era Duquesa, pero aquél solía casi siempre llamarle Chiquita.

Nuestro amo era un excelente y bondadoso hombre. Nos daba buen alimento, buen alojamiento, y nos hablaba con el mismo cariño que á sus pequeños hijos. Todos lo queríamos por lo tanto, y mi madre particularmente. Cuando ella lo veía cruzar la puerta del cercado, relinchaba de placer y corría á su encuentro; él la acariciaba y le decía: «Bueno, Chiquita, ¿cómo está tu pequeño Negrito?» Mi pelo era negro, y por eso él me llamaba así. Solía darme entonces un pedazo de pan, que me gustaba mucho, y á mi madre una zanahoria. Todos los caballos se le