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Blanco-Belmonte
VII
Una noche estival, toda fulgores,
al entreabrir sus párpados el cielo
y al entornar sus cálices las flores,
arriesgose el chicuelo
á entrar en el zaguán de la posada;
luego, al ver la cocina abandonada,
penetró en la cocina,
y, á impulso de sus ansias ideales,
tomó el rico violin de voz divina
y le arrancó torrentes musicales
más puros que una frente alabastrina,
más dulces que la miel de los panales.
VIII
Al escuchar la música sonora,
gruñeron los mastines desvelados,