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Blanco-Belmonte


IV


Siempre que del mesón en la cocina
brotaban los armónicos raudales
del violín, cuya nota cristalina
es dulce cual la miel de los panales,
abandonaba Yanko el pobre lecho
—como el jilguero la oquedad del tronco—
y fascinado, comprimiendo el pecho,
escuchaba el violín que, dulce ó ronco,
iba fingiendo con sublime encanto
una canción de arrullador cariño,
y, con los ojos turbios por el llanto,
«¡quién tuviera un violín!», pensaba el niño.


V


La voluntad, emperatriz altiva,
tirana omnipotente,