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Aventuras

tiago no es culpable, lo sé positivamente, y deseo que usted, al empezar su labor, tenga la misma convicción. No abrigue usted la menor duda sobre ese punto. Santiago y yo nos conocemos desde que éramos pequeñuelos, y conozco sus defectos como nadie, pero es demasiado sensible de corazón para hacer daño ni á una mosca. Semejante acusación es absurda en la opinión de cualquiera que lo conozca.

—Espero que lo salvaremos, señorita Turner —dijo Sherlock Holmes;—puede usted contar con que haré cuanto pueda.

—Pero usted ha leído la investigación. ¿Ha llegado usted á alguna conclusión? ¿Ve usted algo, alguna escapatoria, algún resquicio? no lo cree usted inocente?

—Lo creo muy probable.

—Ya ve usted!—exclamó ella, echando la cabeza hacia atrás, y mirando con expresión de desafío á Lestrade.—1Oye usted! El señor Holmes comparte mis esperanzas.

Lestrade se encogió de hombros.

—Temo que mi colega se haya precipitado demasiado á dar sus conclusiones—dijo.

— Pero está en lo cierto. 1Oh; yo sé que está en lo cierto! Santiago no es culpable. Y en cuanto á la riña con su padre, estoy segura de que la razón que le hizo no hablar de ella al coroner, fué el estar yo en el asunto.

—¿De qué manera?—preguntó Holmes.

—No es esta ya la hora en que yo pueda ocul-