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Aventuras

una fotografía y una carta. La fotografía era un retrato de Irene Adler, vestida en traje de baile, y la carta tenía este sobre escrito: «Para el señor Sherlock Holmes. Dejarla aquí hasta que él venga á buscarla». Mi amigo desgarró el sobre, y los tres leímos juntos la carta. Estaba fechada á las 12 de la noche anterior, decía así:

«Mi estimado señor Sherlock Holmes:—Realmente, lo hizo usted muy bien. Me hizo usted caer por completo en el lazo. Hasta después de la alarma de incendio, no tenía la menor sospecha. Pero cuando ví cómo me había traicionado yo misma, empecé á reflexionar. Desde hace meses se me había advertido que me guardara de usted. Se me había dicho que si el rey empleaba un agente, ese sería usted, seguramente. Y me habían dado las señas del domicilio de usted. A pesar de todo esto, usted consiguió hacerme revelar lo que quería usted saber. Aún después de haber concebido sospechas, me parecía duro pensar mal de un clérigo anciano, tan simpático y tan bueno. Pero usted sabe que yo he sido actriz. El traje masculino es nada para mí, y á menudo me aprovecho de las ventajas que proporciona. Mandé á Juan, mi cochero, á vigilar, á usted corrí arriba á mi cuarto, me puse mis ropas de paseo, como las llamo yo, y bajé en el mismo momento en que usted se marchaba.

«Sí, señor. Y lo seguí á usted hasta su puerta, y así me cercioré de que realmente era un ob-