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de Sherlock Holmes

otro.—Pero morirá antes de llegar al hospital.

—Es un valiente—dijo una mujer.—A no ser por él, los bribones se habrian llevado el portamonedas y el reloj de la señora. Eran una pandilla, y de las peores. ¡Ah! Ya respira.

—No puede seguir tendido en la calle. ¿Podemos llevarlo adentro, señora?

—Ciertamente. Tráiganlo á la sala. Allí hay un sofá cómodo. ¡Por aquí, por aqui!

Lenta y solemnemente, llevaron á Sherlock Holmes al interior de Briany Lodge, y le acostaron en la pieza principal. Mientras tanto, yo observaba lo que ocurría, desde mi puesto en la ventana. Las luces habían sido encendidas, pero las celosías no habían sido bajadas, de manera que yo podía ver á Holmes acostado en el canapé. Yo no sé si él sentiría algún remordimiento en ese instante por la farsa que representaba; pero yo sé que nunca en mi vida me senti más avergonzado de mí mismo, que cuando vi á la bella persona contra la cual estaba conspirando, y la gracia y bondad con que atendía al herido. Y, sin embargo, habría sido la traición más negra hacia Holmes el abandonar la parte que él me había confiado. Llamé toda mi energía en mi ayuda, y tomé el cohete de humo del bolsillo interior de mi ulster. «Al fin y al cabo—pensé—no le hacemos daño á ella. Lo único que hacemos es impedir que ella lo haga á otro.»

Holmes se había sentado en el sofá, y lo ví

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