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Aventuras

paseé en torno de la casa y la examiné estrechamente de todos sus puntos de vista, pero sin notar otra cosa interesante.

Después eché á andar calle abajo, y encontré, como esperaba, las caballerizas en un callejón que corre á lo largo de una pared del jardín. Di una mano á los palafreneros que frotaban á sus caballos, y en cambio recibí dos peniques, un vaso de media y media (cerveza blanca y negra mezcladas), dos pipas de tabaco picado y todas las informaciones que podía desear acerca de la señorita Adler; no mencionaré á media docena de otras personas de la vecindad, con respecto á las cuales no tenía el menor interés, pero cuyas biografías me vi obligado á escuchar.

—Y ¿qué hay de Irene Adler?—pregunté.

—¡Oh! Ha trastornado todas las cabezas de los hombres en el barrio. Es la cosita más delicada que se pone sombrero en este planeta: así lo dicen los cronistas de las caballerizas, unánimemente. Vive en gran tranquilidad, canta en conciertos, sale en carruaje todas las tardes á las cinco, y vuelve á las siete en punto, á comer. Rara vez sale en otras horas, á no ser cuando canta. Tiene sólo un visitante varón, pero lo tiene con abundancia. Es oreno, buen mozo y elegante: nunca va á verla menos de una vez por día, y á menudo dos veces. Se llama Godfrey-Norton y es abogado. Vea usted las ventajas de tener á los cocheros de plaza por confidentes: éstos lo han llevado á su casa doce-