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de Sherlock Holmes

Está bien; pero yo nada tengo que hacer con las otras personas que hayan venido á hacer esas preguntas—dijo Holmes, en tono indiferente. Si no nos dice usted lo que le pregunto, la apuesta no corre, y eso es todo. Pero yo estoy siempre dispuesto á probar que mi opinión en materia de aves es la verdadera, y he apostado cinco libras á que el ganso que comí ha sido criado en el campo.

—Entonces ha perdido usted sus cinco libras, porque es de la ciudad—se apresuró á decir el comerciante.

—Eso no es posible.

—Yo digo que lo es.

—Yo no lo creo.

—Se figura usted saber de aves más que yo, que las manejo desde que era un mocoso? Digo á usted que todos los gansos que envié á la «Alfa» eran de la ciudad.

—Nunca me hará usted creer tal cosa.

—Quiere usted apostart —Si apuesto, le robaré á usted el dinero, porque sé que estoy en lo cierto. Ahora, si usted quiere, va una libra, para enseñarle á usted á no ser porfiado.

El comerciante se sonrió agriamente.

—Tráeme los libros, Guillermo—dijo.

El chico le llevó un pequeño libro de pocas hojas, y otro grande, muy grasiento en el lomo, que estaban uno sobre otro debajo de la lámpara colgante.

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