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de Sherlock Holmes

cierto grado de dignidad—continuó, sin hacer caso de mi reproche.—Lleva una vida sedentaria, sale poco, no hace ejercicios físicos, es de edad mediana, tiene el cabello gris, y se lo ha hecho cortar en estos dias, y se peina con pomada de limón. Estos son los hechos más påtentes que se pueden deducir del sombrero.

También se deduce, diré de paso, que muy probablemente en su casa no hay gas.

—Usted se chancea seguramente, Holmes.

—Ni en una palabra. ¿Es posible que ni ahora que presento á usted todos esos datos, no sea usted capaz de ver de dónde los he sacado?

—No tengo duda de que soy muy estúpido, y debo confesar que no alcanzo á seguir las deducciones de usted. Por ejemplo, ¿de qué deduce usted que ese hombre es inteligente?

Por toda respuesta, Holmes se encasquetó el sombrero: éste se deslizó por la frente y fué á detenerse en la nariz.

—Es una cuestión de capacidad cúbica—dijo.

—Un hombre con un cerebro tan grande debe tener algo en él.

—Y la decadencia de su fortuna?

—Este sombrero tiene tres años: el ala plana estaba en moda hace tres años. Es un sombrero de la mejor calidad. Mire usted la cinta de seda y el excelente forro. Si el hombre pudo comprar un sombrero tan caro hace tres años, y desde entonces no ha comprado otro, es evidente que ha caido en la pobreza.