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Aventuras

en mi cuarto situado sobre el fumadero, cuando miré por la ventana hacia afuera y vi, con horror y asombro, que mi mujer estaba parada en la calle con sus ojos fijos en mi. Di un grito de sorpresa, alcé los brazos para cubrirme la cara, y, corriendo en busca de mi confidente, el láscar, le rogué que impidiera á cualquiera subir al cuarto. Of la voz de mi esposa abajo, pero sabía que no podía subir. Rápidamente, me despojé de mis ropas, me puse las de mendigo y la peluca, y me embadurné la cara: ni los ojos de mi esposa habrían podido reconocerme á través de un disfraz tan completo. Abrí la ventana, pero con tanta violencia que me sangró de nuevo un pequeño corte que me había hecho en el dedo esa mañana en mi cuarto, Cogi mi saco, que estaba pesado con los cobres que yo acababa de pasar á sus bolsillos, del saquito de cuero en que cuando estoy en mi puesto de mendigo, deposito mis ganancias, y lo arrojé al Támesis. Las otras ropas lo habrían seguido, pero en ese momento oí los pasos de los agentes de policía en la escalera, y pocos minutos después vi, confieso que con alivio, que en vez de descubrirse en mí al señor Neville Saint Clair, se me arrestaba como su asesino.

No creo que me quede nada por explicar. Yo estaba resuelto á mantener mi disfraz el mayor tiempo que me fuera posible, y de ahí mi empeño en tener la cara sucia.

Conocedor de que mi mujer sufriría de terri-