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Aventuras

El caso ha sido singular en algunos puntos —dijo Holmes, lanzando el caballo al galope.—Confieso que he sido tan ciego como un topo, pero más vale adquirir tarde la sabiduría que


nunca.

En la ciudad, los más madrugadores empezaban apenas á mirar por las ventanas con ojos soñolientos al pasar nosotros por el lado de Surrey. Cruzamos el camino y el puente de Waterloo, y una vez al otro lado del río, nos precipitamos por la calle Wellington á la derecha para detenernos por fin en la calle Bow. Sherlock Holmes era muy conocido por la policía, y los dos vigilantes de la puerta lo saludaron. Uno de ellos tuvo el caballo, mientras el otro nos guió al interior.

—Quién está de servicio?—preguntó Holmes.

—El inspeclor Bradstreet, señor.

—1Ah Bradstreet ¿cómo está usted?—Un corpulento oficial, vestido con un saco galoneado y una gorra también con insignias, había bajado al pasadizo embaldosado.—Deseo hablar con usted una palabra, Bradstreet.

—Con mucho gusto, señor Holmes. Entre usted en mi oficina.

En la pequeña oficina había sobre la mesa un abultado directorio y un teléfono en la pared.

El inspector se sentó detrás de su escritorio.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Holmes?

—He yenido por el asunto de ese mendigo Boonen el que ha sido acusado de complicidad